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¿Qué ha pasado hoy, 18 de marzo, en Extremadura?
Talavante dando un muletazo con su zurda a uno de los toros que lidió ayer en Arles (Francia). G. BOYER
Talavante en estado puro

Talavante en estado puro

El extremeño cautiva al anfiteatro romano de Arlés con la izquierda más auténtica, corta tres orejas y espolea al mejor Roca Rey, con el que sale a hombros

ROSARIO PÉREZ

ARLÉS.

Domingo, 12 de septiembre 2021, 08:03

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Se caía el anfiteatro romano: mil días después, regresaba Alejandro Talavante. Temblaban las piedras bimilenarias al son de la Marsellesa. En pie, aficionados de todo el mundo. Cantaba Francia, sin complejos. Su coro de voces apuntaba al cielo que nos une; las miradas se imantaban al torero reaparecido. De azul pavo y oro vestía su talla juncal, tan fino como si nunca hubiese dejado de torear. Atrás quedaba aquel 14 octubre de 2018, fecha de su retirada por sorpresa. Quiso volver un año antes, pero la pandemia lo impidió. El sueño se hizo carne y hueso en Arlés desde el primer lance, cargado de nostalgias por el toreo que se aleja del mundanal ruido. Porque su torería regresó hecha de pasiones y silencios, en estado puro.

A pies juntos se desató la emoción de la verónica, unida a unas chicuelinas en las que no había espacio ni para el aire. 'Arreado' salió, como el serio toro de su reaparición. No se quedó atrás el bárbaro quite mixto de Roca Rey. Entró en escena Talavante e invocó a Gaona para brindar luego al público. Majestuosos los estatuarios, rematados con la profundidad de la tauromaquia por bajo. Pronto dictó una vida al natural. Qué manera de ser y estar delante del toro, con esa hondura astracanada. Embriagadora la ligazón diestra, cosida a un soberbio cambio de mano, al ralentí... Y de pronto el de Garcigrande, que se vencía, lo arrolló. Ni se miró y allá que siguió para bordar el oro de su izquierda, una de las más grandes que ha parido este siglo. Largura y encaje en cada muletazo, con naturalidad cristalina, esa que bebe del Guadiana que riega los campos extremeños de sus entrenamientos. Tras un molinete y otro cambiado, retornó a la mano de contar los billetes. Ni una vez le tocó las telas. «¡Alejandro, gracias por volver!», le gritaron. Y de frente se plantó por manoletinas. Escultóricas nacían y por abajo morían en el pase del desprecio mirando a la cávea. El gentío cruzó los dedos cuando se perfiló para matar en el ruedo ovalado: ni el pinchazo previo a la estocada le robó una oreja de ley.

No agradó desde la salida el segundo, también de la divisa salmantina. Se lo pensaba en el capote y cortaba en banderillas. Pero Roca Rey lo trató como si fuera el más bueno de los toros. Sobresaliente el prólogo de una faena en la que concedió distancia en la primera parte, con enorme mando. Apabullante su aplomo frente el castaño, en el que fue acortando terrenos. Le rozaban los pitones las espinillas; asustaba al miedo en un desplante a cuerpo limpio mientras hacía un guiño al tendido. Enterró una estocada y paseó un trofeo.

Extraordinaria la lidia de Chacón al tercero, de Adolfo Martín, al que Talavante cosió con despaciosidad por el noble pitón derecho. Echó los vuelos al natural. Un lujo: solo toreaban las yemas de esa muñeca rota. Humillaba con clase la belleza cárdena, de la familia de las 'Aviadoras', a la que no le sobraba el poder. Oxígeno concedió con inteligencia el matador y siguió por esa vertiente a pies juntos, vertical su figura 'acipresada'. Sonreía Alejandro, que 24 horas antes velaba armas en el asiento 17 del vuelo IB8750. Incomprensiblemente, aquella pieza de museo del temple se vio premiada con rácanos saludos.

«Oh la la!»

Dos perchas para colgar los abrigos del invierno lucía el cuarto adolfo, más estrecho que su hermano y con menos fuerza. «Oh la la!», decían mis vecinos franceses al ver que 'Madroño' no podía ni con la penca del rabo. Eso sí, obedecía al sutil toque, casi inapreciable, de Roca. Con paciencia, desplumó unos zurdazos de mucho mérito, pero con tal material era imposible que trepase la emotividad. Como imposible era ofrecer más que el limeño. Lástima que el acero viajase a los bajos.

Su cuadrilla mostró que el derecho era el lugar más favorable del quinto, pero Talavante enseñó que al otro lado de la cama también se podían cuajar tandas macizas. Qué difícil facilidad la suya. Porque si a estribor hubo poso, el señorío rebosó a babor. Un cambio de mano hizo temblar los arcos que sostienen el escenario, decorado por Diego Ramos para la goyesca. Pero había mucho más: aquel pase floreado mereció un sitio en el jarrón de los 'doce girasoles' de Vang Gogh. Ofreció el pecho el pacense, a pies juntos, tan puro después del afarolado. La inmensidad cabía en esa tela roja de su muleta. Qué colocación, pisando los terrenos donde el fuego quema. Por ambos pitones, los dos por los que modificó la trayectoria del garcigrande en unas bernadinas con un valor que acongojaba. Aquel otrora templo de los juegos era un manicomio. Ahora sí llegó la pasión. La pasión, según Talavante, recompensado con dos orejas, mientras a 'Bandolero' le concedían una exagerada vuelta al ruedo.

No estaba dispuesto Roca a que destronasen al Rey y salió como si no hubiese un mañana en el sexto, el único de Cuvillo. Su ambición asomó ya en las ceñidas saltilleras. Bruto era el toro, pero para bemoles los del torero, que lo sometió con una firmeza y un poderío impropios de un carnet de veinteañero. Los cuernos acariciaban su taleguilla mientras improvisaba unas luquecinas. Valiosísima obra, de premio gordo. Dos orejas subieron al marcador y empató así con Alejandro, que espoleó al mejor Roca. Otra vez asomó un desmesurado pañuelo azul, ahora para 'Rosito'.

A hombros se marcharon los hombres de seda un 11-S en el que regresó a las arenas la verdad de Talavante, esa que hace libre a la Fiesta más auténtica. Un lujo de espectáculo.

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