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¿Qué ha pasado hoy, 28 de marzo, en Extremadura?

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Un buen amigo, observador como pocos de lo que nos está pasando, me decía hace unos días que uno de los efectos de esta crisis es que le va a echar veinte años encima a todas las generaciones que han (que hemos) sido criadas en la bonanza. Nos va a envejecer a todos. A los que tienen 30 años y a los que tienen 50. Es la guerra de los que nunca hemos vivido una guerra. Todos nos acordamos estos días de lo que nos decían nuestros padres o abuelos cuando nos poníamos caprichosos: «Teníais que haber vivido la guerra para valorar lo que tenéis». O la posguerra, que tampoco debió ser un tiempo fácil.

Pues ya tenemos nuestra guerra y ya estamos luchando contra un enemigo invisible y letal. Una guerra distinta a las tradicionales, pero no menos dolorosa. Y que dure lo que dure nos dejará heridas profundas y nos cambiará la vida. Es tan cruel que está dañando especialmente a los más débiles, a nuestros ancianos; a los que, ellos sí, ya sufrieron la guerra o al menos sus consecuencias. A los que pelearon contra la adversidad para sacar adelante a sus hijos, para mejorar España y ofrecérsela a las generaciones que han venido después.

El coronavirus nos ha puesto frente a la debilidad de una sociedad hipertecnificada pero incapaz de responder con eficacia a la amenaza más antigua: las pandemias. Si acaso, hemos sido más vulnerables precisamente porque nuestro estilo de vida, globalizado, ha facilitado que el virus se extienda como la pólvora por todo el planeta en pocas semanas.

Hemos sido poco previsores y lentos en la reacción a la epidemia global. Mirábamos hace un mes a China como si la enfermedad nunca nos fuera a alcanzar. Nuestro gobierno y muchos otros gobiernos lo han sido, y ahora estamos pagando esos errores en forma de dolor. Y lo pagaremos después en forma de ruina económica para muchos ciudadanos.

No quiero ser pesimista. La semana pasada escribí en este mismo espacio un artículo titulado 'Saldremos adelante' y hoy, a pesar de que estamos en medio de la tempestad, sigo creyendo que lo haremos.

Y saldremos gracias a todos los que están trabajando para que lo hagamos. Gracias a los técnicos que han montado en unos días un hospital en Ifema, con su suministro de oxígeno, imprescindible para las unidades de cuidados intensivos; saldremos gracias a los sanitarios que están en la trinchera tratando de disminuir el coste en vidas humanas. El coraje de tantos profesionales que se enfrentan a diario en los hospitales a jornadas extenuantes a pesar del riesgo que corren sus vidas nunca va a ser suficientemente agradecido. Pero también gracias a miles y miles de trabajadores que luchan cada uno desde su puesto de trabajo y su responsabilidad para frenar la pandemia.

Cuando esto pase seremos seguramente más pobres, más miedosos, pero quizá podamos ser mejores si caemos en la cuenta de lo que es importante y lo que no. Sobre todo si empezamos a pensar qué tenemos que cambiar para que una pandemia como esta no vuelva a cogernos desprevenidos.

Quizá el día que venzamos al virus y se levante el confinamiento nos miraremos al espejo y comprobaremos que sí, que hemos envejecido uno, diez o veinte años. Nadie con un poco de corazón saldrá indemne de la batalla. Pero saldremos. Hasta entonces, cuídense mucho.

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